Letra de Manco

Letra de Manco

Realeza icticola

Bernardo Ballero
Cada tanto volvía al pueblo donde había crecido. Tenía dos motivaciones: el reencuentro con sus amigos de la infancia pero sobre todo, visitar a su padre enterrado allí.
Mientras manejaba, infinitos recuerdos iban y venían de su memoria.
Vivía en la Metrópoli dese hacía tres décadas pero los ritos populares aún lo fascinaban, quizás por la certeza de que ahora sólo los contemplaba a la distancia.
Fue así que recordó que todos los octubres su pueblo se vestía de gala para la celebración de la Fiesta Nacional de la Corvina Rubia.
Durante todo un fin de semana de primavera, gente de la zona y hasta de lugares recónditos, colmaba las hosterías y residenciales en donde se ofrecía “calefacción y baño privado”.
La fiesta consistía en dos concursos, uno de pesca naturalmente, y otro de belleza, por medio del cual se elegía a la nueva reina cada año.
Las jornadas comenzaban bien temprano a la mañana cuando los pescadores se volcaban a la playa en busca de sus presas. Convivían en armonía dos tipos bien diferenciados: los deportistas, quienes devolvían al mar las piezas una vez medidas y pesadas por los jueces, y los que se llevaban toda su captura para luego venderla o, en el peor de los casos, comérsela.
Esposas, novias, amigos y parientes lejanos los acompañaban con fidelidad inconstante. Preparaban el mate con facturas, churros y bolas de fraile para combatir, con algún grado de éxito el frío. Al cabo de unas horas, el aburrimiento los vencía dejando a los hombres solos con sus cañas de cara al viento que siempre se las ingeniaba para meterse en los recovecos de las muchas capas de ropa. Pocos fanatismos pueden resultar tan ajenos como la pesca, pensaba mientras terminaba de cargar nafta en la ruta iterbalnearia.
Tan cierto resultaba esto que el Pueblo sólo esperaba la caída del sol para volcarse al “centro” y caminar las dos cuadras en las que se llevaba a cabo la verdadera Fiesta. Locales y turistas confluían en esos doscientos metros en pugna de un choripán, un paty o un pancho, antes o después de gastar sus pocos pesos en los juegos de la kermés.
Transcurridas un par de horas, se iluminaba el escenario. El mismo locutor que animaba casamientos y cumpleaños de quince, con traje y corbata prestados, tomaba el micrófono. Después de una calurosa bienvenida, daba comienzo al esperado certamen que coronaría a una nueva soberana.
Doce participantes competían ese año por el título nobiliario. Luego de pasar varias veces exhibiendo diversas prendas de exclusivas boutiques locales, el jurado de notables se puso de acuerdo en unas mínimas diferencias de criterio estético, y emitió el falló. De esta manera, quedaron consagradas para la posteridad la nueva Reina, la primera y segunda princesas, y también Miss Simpatía. El público de pie ovacionó a la nueva aristocracia icticola.
Al día siguiente, también después de la jornada de pesca, las tresbellezas y la más simpática del pueblo, desfilaban por las calles en carrozas con forma de peces. La gente en las veredas a gritos buscaba un saludo de la nueva monarca quien lucía todos los atributos de tan alta distinción. Llevaba su cetro con cabeza de corvina, su corona y también tenía un chal plateado de lentejuelas que le había prestado su abuela. Pionera de la zona, había logrado convencer a su nieta de que lo vistiera para morigerar el rigor del frío que traía la noche junto con el incesante aire marino.
Una vez finalizado el desfile, la COPFNCR, Comisión Organizadora Permanente de la Fiesta Nacional de la Corvina Rubia, realizaba una cena de honor. En la mesa principal la Reina y su Corte degustaban una suculenta milanesa napolitana preparada por el chef a cargo de la distinguida cocina del Muelle de Pescadores.
A varias mesas de distancia, pensaba si su Majestad tenía dimensión de la importancia del reinado que recién comenzaba o simplemente le preocupaba cuan derretida estaba la muzzarella.